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Obama, Siria y los dilemas imposibles

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La administración Obama se enfrenta a un dilema curioso en Siria. Por un lado, la opción más realista y probablemente más conveniente para los intereses de Estados Unidos es no intervenir, e incluso intentar alargar el conflicto. La guerra civil Siria ha acabado siendo, como casi todos los saraos de este estilo, una excusa para que varios países que se tienen unas ganas enormes se peguen entre ellos sin que se note; una guerra indirecta (“proxy“) de toda la vida. Los estados del Golfo, saudíes y familia, están apoyando a los rebeldes, mientras que Irán (y sus amiguetes de Hezbolla, que andan haciendo de tontos útiles) apoyan al régimen sirio. Si Estados Unidos realmente fuera un país lleno de desalmados amantes de la realpolitik Obama estaría armando hasta los dientes a todo rebelde suelto sólo para trollear a los iraníes. Algo parecido a Afganistán en los ochenta, sólo que esta vez sin perder de vista a los chalados del lugar una vez acabada la guerra.

Por otro lado, Obama no deja de ser un liberal (progresista, en jerga local) internacionalista bastante convencional, y el hombre tiene algo parecido a remordimientos. Henry Kissinger, Richard Nixon o George Kennan podían ir por la vida pegando puñaladas traperas por la espalda sin demasiados problemas, pero a Obama las matanzas le sientan mal, y las cometidas con armas químicas aún más. Por mucho que se diga que uno puede cometer masacres con obuses de toda la vida, las armas químicas están a otro nivel; como comentaba Richard Price no hace demasiado, estamos hablando de unos engendros que incluso a Adolf Hitler le parecieron excesivos. Por mucho que las atrocidades recientes no hayan producido muchas más víctimas que los cientos de bombardeos previos, utilizar gas no sólo es abiertamente indiscriminado, sino que vulnera un tabú que sólo ha sido vulnerado cuatro o cinco veces desde 1925 (italianos en Abisinia, Egipcios en Yemen en los sesenta, Iraq en Irán, Iraq contra los kurdos; el caso dudoso es Vietnam, donde se usaron gases no-letales). Las armas químicas no son demasiado eficaces porque apenas se han utilizado desde 1918; es una norma internacional que merece ser respetada, y Assad es un cretino atroz.

La verdad, creo que las dudas del Presidente son justificables, por mucho que los titubeos y contradicciones de estos días no lo sean. Casi tengo la sensación que Obama ha decidido acudir al Congreso un poco para sacarse el problema de encima; hay dos vías de acción contradictorias, una tremendamente cínica, la otra vagamente quijotesca. Las dos tienen riesgos claros y obvios, y las dos tienen costes políticos elevados si todo se tuerce. La reacción de los legisladores hoy ha sido curiosa; John McCain, por supuesto, nunca ha conocido un país que no valga la pena bombardear, pero la nota dominante ha sido la duda. Los líderes de los dos partidos en la Cámara de Representantes han apoyado a Obama, pero no han dado señales de querer presionar a su partido para conseguir más votos.  No es demasiado habitual que tu Senador o Representante te envíe un correo electrónico donde en vez de pedirte dinero diga tener dudas sobre Siria, pero es la clase de mensajes que he recibido hoy.  Como comentaba el otro día, es muy inusual tener a un Presidente pidiendo una votación al Congreso en este aspecto; Obama no lo hizo sobre Libia. No me extraña que todo el mundo ande confundido.

La verdad, yo tampoco tengo una postura clara y decidida en este aspecto. Mi primer impulso sería la realpolitik más cafre e intentar alargar la guerra e implicar a Irán todo lo posible, pero eso es una salvajada atroz. Comparto no obstante la idea que el tabú contra las armas químicas es algo que merece ser respetado, y que experiencias previas en Kosovo o Libia indican que una intervención puede salir bien con un poco de suerte. No hace falta meterse en consideraciones morales (en política exterior nunca les he dado demasiada importancia, pero ese es otro tema) para darse cuenta que es una decisión marcada por una completa y total incertidumbre; si alguien dice tener una opinión firme, clara e indudable sobre la intervención, creo que no se lo ha pensado demasiado bien.

La política exterior es siempre algo horriblemente confuso, incierto y nebuloso como para tener buenas respuestas. Gobernar es ya de por sí complicado, pero estos temas son prácticamente irresolubles. No hay mucho más que añadir.

Nota final: los que creen que el ataque con gas fue un montaje, por cierto, estáis en excelente compañía. Rush Limbaugh comparte vuestra opinión, igual que Vladimir Putin. Felicidades.


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